El conductor del autocar les dijo que tardarÃa unos diez minutos en arreglar la averÃa del motor, y Stefanie decidió apearse y estirar un poco las piernas. Los otros pasajeros, tres en total, se quedaron en sus respectivos asientos. Eran personas mayores y sin duda pensaron que el aire frÃo de aquel atardecer de otoño podÃa sentarles mal. Stefanie era una muchacha de veintitrés años, muy guapa. Rubia, de ojos azules, con una silueta preciosa. VestÃa pantalones oscuros, un grueso jersey blanco y llevaba un bolso colgado del hombro. Apenas fuera del vehÃculo de lÃnea, echó una mirada a aquellos alrededores. Pronto reparó en una mansión que se perfilaba en lo alto de una loma, relativamente cerca de allÃ. Era una vieja mansión que hacÃa pensar en esas pelÃculas de miedo que todos hemos visto alguna vez.