Se habÃa quedado tan pálido, tan lÃvido, que cualquiera hubiera creÃdo que acababa de morir. Pero Patrick Plarisse aún vivÃa, de ello que entreabriera los ojos y murmurara: —Hija mÃaÂ…, hija mÃaÂ… Junto al lecho se hallaba Moira, una muchacha alta, delgada, espigada, con el cabello largo y rubio. Un cabello que le ocultaba el rostro, o mejor dicho, el lado izquierdo del rostro. Patrick Plarisse sonrió con infinito cariño a aquella muchacha, de la que, debido a la posición de ella, estaba viendo tan sólo el lado derecho de su fisonomÃa.