Se disponÃa a telefonear a una rubia curvilÃnea, con la que pasaba de vez en cuando muy buenos ratos. Pero Stanley Duffy, joven, muy alto, ancho de tórax, no llegó a marcar los números que, dicho de paso, se sabÃa de memoria. Oyó que llamaban a la puerta de su pequeño, pero cómodo y confortable apartamento, y su mano quedó inmovilizada. Le extrañó la llamada. No esperaba a nadie. No obstante, el timbre habÃa sonado. Asà que pensó que lo mejor que podÃa hacer era ir a abrir. Pero al abrir no vio a nadie, y se quedó sin acertar a explicarse lo sucedido. Aunque dada su profesión, detective privado, estaba acostumbrado a los hechos más incomprensibles e insólitos. Ya cerraba la puerta, cuando se dio cuenta de que alguien, quien fuera, habÃa deslizado un sobre por debajo de la misma. Se agachó y lo recogió.